Por: Elvira Patricia Mieles B.

Lo ocurrido en el Marymount es una muestra fehaciente del podrido sistema patriarcal en el que estamos.

Este era un secreto a voces que se ocultó por guardar el buen nombre de una institución; pero también, porque hemos normalizado el hecho de que un hombre mayor le lance piropos a una niña, que haga comentarios sobre su cuerpo, que la toque y la acaricie como si fuera un objeto de su propiedad.

Dejemos de normalizar el abuso y la violencia sexual. Como mujeres, somos las primeras llamadas a sentar nuestra voz de protesta.

Este no es un caso aislado. Si hiciéramos una encuesta a las mujeres preguntando si sufrieron alguna clase de abuso sexual en su infancia, estoy segura de que el porcentaje sería elevado.

Lo que me da más tristeza de todo esto es que como mujeres no exista la solidaridad que haga que esas denuncias prosperen. En el caso del Marymount, la rectora, una mujer que tenía indicios de lo sucedido, no hizo nada para defender a niñas y adolescentes de un depredador. No la juzgo porque entiendo que es el producto de un sistema que nos ha invalidado como seres humanos, que nos ha convencido de que somos las culpables, incluso de las violaciones.

Estamos en un momento importante de la historia de las mujeres. Gracias a los logros obtenidos por mujeres valientes que ha atrevido a denunciar, ahora ya no es tan normal que se hagan comentarios salidos de tono e incluso vulgares.

El hecho de desear a una mujer, no le da derecho a un hombre de tocarla. Ni de hacerle comentarios obscenos. Ni de opinar sobre su cuerpo.

Las mujeres nos aburrimos de ser consideradas objetos con los cuales los demás pueden jugar. Ahora tenemos más conciencia sobre lo que pasa con nuestro cuerpo, con nuestros pensamientos, con nuestras emociones. Pero, precisamente por eso, nos tildan de dramáticas, exageradas y hasta puritanas.

Y para mí el problema mayor es que estos hombres, que se creen con derechos sobre todas las que tengan vagina, es que son tan cobardes que se meten con niñas y adolescentes porque saben que ellas no tienen las herramientas para enfrentar situaciones como las que vivieron las niñas del Marymount y miles de niñas de Colombia y el mundo.

Antes de cumplir los 18 años, ya a mí me habían sacado el pene tres veces en la calle. En esos momentos; llegan el susto, la impotencia, la rabia y hasta una sensación de no entender qué es lo que está pasando porque ¿quién le dijo a ese señor (que tiene la edad de mi papá) que yo le quería ver su miembro? Si me lo hicieran ahora, cosa que creo y espero que no suceda, podría enfrentarlo desde otro lugar y con el conocimiento que da la experiencia.

Por eso, esos hombres como el profesor del Marymount y muchos otros en este país, son unos cobardes. Desde antes de destaparse este escándalo los he considerado así.  Se meten con niñas porque saben que tienen la ventaja de la autoridad, de la experiencia, del conocimiento. Saben que ellas siguen manteniendo la inocencia que solo se pierde con los años y se valen de eso porque, muchas veces, ellas no entienden qué es lo que está pasando.

A todas esa niñas, adolescentes y mujeres que han vivido situaciones como esas les digo que las abrazo. Ojalá que a ese abrazo se sumen más y más mujeres que apoyan y entienden que no es su culpa. Que, aunque se vistan como se vistan, hablen como hablen y hagan lo que hagan, merecen respeto. Abrazo a las madres y los padres de esas chicas, que también sufren por ellas. A sus familias. A sus amigas y amigos.

Tristemente tienen que destaparse aberraciones como la ocurrida en el Marymount para darnos una sacudida y ser conscientes de la necesidad de una transformación en la forma de pensar y actuar de la sociedad.

Es momento de empezar a actuar desde la base. En las familias, enseñar a nuestras hijas (e hijos también) que nadie tiene el derecho de tocar sus cuerpos y que los comentarios inapropiados y obscenos deben ser rechazados. En los colegios, la educación sexual es básica para entender nuestro cuerpo, nuestros procesos, nuestros ciclos. Incluso para reconocernos y aceptarnos tal como somos y evitar situaciones como las que hemos vivido las mujeres por los siglos de los siglos.