Por: María Lucía Rivera Meneses
Una joven buena moza, bien parecida y de buenas prendas. De profesión costurera, maestra, con veintidós años, muchacha despercudida, arrogante de buenos procederes y sobre todo muy patriota, camina las calles de la ciudad santafereña. Es 14 de noviembre de 1817.
– ¿Por qué veo un ejército de tres mil hombres que ocupa la plaza mayor de Santafé de Bogotá? – Dijo Fémina Veintiuno, que había viajado al pasado junto con su mamá Colombia.
La joven sintió, mientras hablaba, que su voz se entrecortaba al ver aquella escena dolorosa, en la cual estaba comprometida una figura femenina que, en este instante, enfrentaba a sus propios enemigos. “Su inteligencia y su valor la han condenado a muerte”. De repente, ella se niega a ser fusilada por la espalda, indica querer ver a los ojos de sus verdugos y sus labios pronuncian el más famoso discurso político a favor de la libertad y en contra de la opresión de los españoles. “Su cuerpo heroico solo desea justicia y libertad”.
Convoca a su pueblo espectador a que siga luchando. Manifiesta a los españoles que no les tiene miedo y que difícilmente podrán superar las figuras que la van a preceder entre las que menciona a Simón Bolívar.
Humillada y maltratada frente a una multitud, sintió por un momento la injusticia, en aquel pueblo indolente, santafereño, impotente gritando aquel crimen político en silencio, aunque, estaba creando en ellas, que iban a representar cada una los siglos venideros, “valentía y coraje”.
Sintiendo el terror que infunden estos soldados duros, algunos sensibles, en contra de ella indefensa, pero con un espíritu valiente, la joven sale al banquillo con un valor, “como una reina sube a su trono”, extraordinario, diciéndoles:
– “Godos, tiranos, sanguinarios””. Y los mata con los patriotas que pronto los despedazaran a ellos”.
Fémina veintiuno, no comprendía porqué esa muchacha que parecía brindar y entregar todo por los demás, hasta su propia vida, se empieza a marchitar como una rosa arrancada de su rosal, ante los seis disparos que acabaron con su espíritu contestatario y contradictorio.
– Por un momento, “solo se ve dolor, muerte, sangre.”
“Carne desgarrada por las balas de los fúsiles de soldados”. Un cuadro solo se podía enmarcar en aquel momento, el descenso tan vil y canalla de aquella heroína y la indolencia de un pueblo, que no hizo nada para defenderla de las garras de estos hombres llenos de odio y venganza.
Ni siquiera Colombia, tampoco Fémina Veintiuno, que es libre, pudieron hacer nada, porque la historia ya estaba en los libros, redes sociales, máquinas, en la memoria de muchos hombres, mujeres que han pasado a través de los siglos y se han encontrado a esta mujer que no es santa, ni pecadora, pero derramó su sangre por la independencia de su Patria.
Las dos, no salían de su asombro, cuando vieron cómo el cuerpo físico de “la Pola”, queda vacío, esa energía, ese polvo de tierra, aliento de vida, da forma a un alma viviente, quien se dirige victoriosa hacia el lugar donde Colombia y Fémina veintiuno se encontraban.
– Soy María Policarpa Salavarrieta Ríos, mártir, como acaban de ser testigos.
-Si, he escuchado de usted en la clase de historia, en los libros, en las redes sociales. -Añadió, Fémina Veintiuno,
– No, conozco mucho de vuestro siglo, y en este, no sabemos mucho de tecnología. Solo por Colombia, he sabido lo que vuestra merced representa.
– En mí siglo hay celulares, tabletas, computadores.
– Es decir, ¿que ya no se hacen cartas a mano?
– No, porque basta con abrir una máquina, oprimir unos botones, se envía al instante la información.
– Lo cual, eres espía, como yo. – Que no la miren, los soldados. – Agregó sonriendo y dirigiendo sus palabras, “la Pola”, a Colombia.
La mujer está radiante, casta. Su espíritu todavía viste un camisón de zaraza azul, mantilla de paño azul y sombrero cubano, ropaje con los cuales ha sido ejecutada. “Su cuerpo vacío sigue tendido en aquel lugar”, donde todos están mirando y al verla, se les quedó en la memoria sus últimas frases, que las murmuran aún entre ellos.
El espíritu de la joven, habló con suavidad, mirando a Fémina Veintiuno. – Es increíble morir, no te imaginas cuanto amor de Patria me llevo. – Háblame. ¿cómo es usted tratada en su siglo?
Fémina veintiuno, empoderada, animada por Colombia, se apropió de sus palabras, orgullosa, empezó a expresar, lo que sentía:
– “En mi siglo, quisiera que me recuerden sin llorar, ni lamentarme, quisiera que me recuerden por haber hecho caminos”.
– He atravesado momentos difíciles, los casos de violencia de género y feminicidios son constantes.
– En mi siglo luchó para conseguir la igualdad de nuestros derechos. Por primera vez, soy elegida en la historia de Colombia, como la primera vicepresidenta, lideró el trabajo por la igualdad de condiciones en el gobierno, logrando generar nuevas leyes de protección. Cada día desempeñó cargos importantes y trascendentales en el destino de mi patria, desde ministerios hasta la dirección de empresas, pasando por un cúmulo de profesiones y de artes.
– Soy una fuente inagotable de esperanza, alegría. – satisfactoriamente explicó, Fémina Veintiuno. frente a todos los actos de vida.
Y siguió narrando. “Quería que “la Pola”, sintiera que ambas, sin interesar el siglo y lo que representan, han hecho de Colombia, un trabajo en la construcción de la libertad de la misma.
De pronto un rayo de luz llama a “la Pola”, su espíritu debe volver a aquella plaza central de Santafé de Bogotá, donde está su cuerpo que no fue expuesto, a diferencia de sus compañeros mártires, por ser mujer. Ella comprende que ya debe emprender otro viaje y se debe despedir de aquel cuerpo, llegando a sus manos una túnica del Paraíso, y algo de su perfume celestial.
– ¡Pola!… ¡mártir de la libertad!… – Gritó con dolor Colombia…
Fémina Veintiuno, interrumpió el dolor de su madre, ocultando sus propias lágrimas, recitó una plegaria por ambas, porque conoce en carne propia el dolor cuando la han capturado, condenado o asesinado por procesos que han cambiado la historia en su propio siglo.