Por: Amanecer
Un día me levanté en la madrugada y al correr la cortina de mi ventana me detuve a mirar hacia el cielo y, aunque aún estaba oscuro, pude notar cómo una fábrica de nubes gruesas y esponjosas salían detrás de la montaña para hacer figuritas en el cielo. Me sorprendió bastante poder observar dos conejos y un pez, quienes se dejaban ver por mí, mientras el viento (o, ese algo científico) las arrastraba hasta perderlas de vista.
Luego de ese hermoso espectáculo que me regalaba la naturaleza con la misericordia de Dios me dije a mí misma: ¡Ya estás como muy mayorcita, como para andar viendo figuritas en el cielo!
Pero con el pasar de los días, la niña que hay en mi interior disfruta con solo levantar la mirada y observar el cielo, sin importar cuán nublado él esté.
De repente he vuelto a recordar que alguna vez, yo sí disfruté de mi infancia (muy a mi manera, pero la disfruté) dejaba caer mi cuerpo en el pasto verde del parque y miraba. ¡No! Yo contemplaba el cielo. Veía tantas figuras y me preguntaba siempre cómo se sentiría estar allí arriba, me preguntaba que había más allá de las nubes que me deleitaban con sus obras y piruetas.
Es extraño reencontrarse con el niño que hay en nuestro interior, pues por esos afanes de la vida, o porque tal vez nuestra infancia no fue la mejor, solo lo guardamos en lo más, más profundo de nuestro ser.
Personalmente, como mujer siempre me ha costado reconocerme, siempre he sido mi juez y también mi verdugo. Con el pasar de los meses he ido sacando un poco de eso que a mí me duele y me incomoda, escribiendo; así como lo hago ahora.
Es muy curioso, siempre he dicho que Dios no es especial conmigo, y esa madrugada sin tener porque hacerlo me permitió ver la fábrica de nubes esponjosas y gruesas que se forman detrás de la montaña, nubes con apariencia de algodones de azúcar.
Yo vi dos conejos y un pez… y, si, ya estoy grande para ver en las nubes figuras, pero no dejo de pensar o de acordarme de esa niña a la que le encantaba mirar hacia el cielo.
Como mujeres, pasamos por momentos difíciles, duros y muy dolorosos… Si lo sabré yo. Mirar al cielo no va hacer que los problemas se vayan, solo va hacer que veas: conejos, casas flotantes, barcos, perros corriendo detrás de algún gato, trenes, jirafas. En fin, una infinidad de cosas mágicas que dejamos de lado solo por el simplemente hecho de crecer.
Sentir y pensar como niños no es ser inmaduros, es ser un poco más sensibles a la mirada de Dios.
Mujeres, hay días en los que no sé si mi vida tenga sentido. Hay días en los que batallo contra mí misma y pierdo. Hay días en los que busco la manera de huir y dejarlo todo atrás, huyendo de mis nuevas virtudes. Hay días en los que sencillamente todo me molesta.
Hubo un día donde volví hacer de nuevo una niña y esa extraña sensación solo hace que ya no esté tan enojada conmigo misma.
Las invito a que miren al cielo.
No sé, tal vez apoyando el cuerpo sobre el pasto, desde una ventana o tal vez en un balcón, las invito a buscar FIGURITAS EN EL CIELO.
Soy una mujer intentando reencontrarse consigo misma; aún hay muchas heridas en mi interior y las cicatrices sanan en falso, lo cual quiere decir que debo empezar siempre desde ceros. Con esto solo quiero decir que sé y entiendo que no es fácil; solo por favor, levanten la mirada hacia el cielo.