Por: Elvira Mieles
Honestamente es muy triste ver cómo personas inescrupulosas son capaces de aprovecharse de las necesidades de un pueblo.
Son sentimientos encontrados entre rabia, tristeza e inconformidad, porque veo cómo fundaciones pequeñas, dirigidas por personas comprometidas, entregadas, que hacen su labor con todo el amor, deben trabajar con las uñas, muchas veces usando los pocos recursos que tienen los fundadores, para ayudar a comunidades que tienen menos que ellos.
Mi experiencia me ha mostrado que quienes deciden crear una fundación lo hacen porque realmente han vivido situaciones que han impactado fuertemente sus vidas. Por lo general son personas que han transitado por injusticias, pérdidas, abusos, entre otras vivencias que les han hecho hacer un alto en el camino para reflexionar y decir: “quiero mejorar y darle beneficios a mi comunidad”.
Al igual que muchos, algunos de los cuales conozco personalmente y sé de las luchas diarias que tienen, también tomé la decisión de crear una fundación. Una que ayudara a mujeres a empoderarse, a reconocerse como seres humanos valiosos, valientes y constructores de realidades. Ha sido una tarea ardua. Llena de altos y bajos, sacando de mis bolsillos el poco o mucho dinero que gano para sacar adelante un proyecto que de corazón busca ayudar, acompañar y especialmente servir con amor.
Con lágrimas en los ojos siento el dolor y la rabia que me produce ver injusticias en este mundo. Me gustaría poder ayudar más, pero tengo limitaciones físicas, mentales y hasta espirituales. Con todo ese dinero que están robando, quienes supuestamente deberían ayudar, (duplicando y hasta triplicando el costo de los alimentos) todas las fundaciones que conozco podríamos ayudar a construir una sociedad más equitativa, incluyente, solidaria.
Que el 20% de la población mundial tenga el 80% de las riquezas demuestra que somos una sociedad enferma, insensible al dolor ajeno. Si yo estoy bien, los demás no me interesan. Esa es la premisa.
En este país (Colombia), donde matan por denunciar las injusticias, da miedo hablar. Muchos, aunque en desacuerdo, se hacen los de la vista gorda por temor, porque saben que, si dicen algo, él (o ella) y su familia corren el riesgo de amanecer silenciados para siempre.
Al ver cómo nos toca a las pequeñas fundaciones, con las dificultades y retos diarios, las deudas que se adquieren para poder ayudar, la entrega desinteresada; me da rabia pensar en quienes se aprovechan de los desamparados por el Estado, de los más débiles, de los que no tienen voz.
De cada uno de nosotros depende transformar nuestra sociedad. Si tenemos los recursos, veamos cómo podemos ayudar. Y ojo que existen recursos de todo tipo. Tú decides cuál compartes.
Sé que suena a utopía; pero creo firmemente en que, al ser creadores de realidades, podemos construir una sociedad en la que nos apoyemos los unos a los otros, en la que la riqueza esté repartida equitativamente. Para eso debemos ser conscientes de nuestra humanidad, al igual que la humanidad del otro. Saber que cada ser humano merece vivir dignamente.
Algo que no entiendo ni podré entender: quienes crean fundaciones para hacerse ricos tienen todas las ayudas y consiguen todos los contratos. Su último interés es ayudar. Para la muestra lo que está pasando actualmente. Quienes crean fundaciones con el corazón, que desean ayudar y aportar con generosidad y sin esperar recompensa, parece que transitaran por un camino de espinas y piedras. Aun así, siguen en pie de lucha con su deseo real de ayudar.
A pesar de esto, continuaré mi propósito. Cuando se hacen las cosas bien, de manera honesta es más importante el compromiso que los beneficios económicos que se reciben.
La satisfacción es saber que estamos sembrando una semilla. En algún terreno crecerá y prosperará.
Todo esto lo escribo después de conocer esto https://www.semana.com/nacion/articulo/corrupcion-en-tiempos-de-coronavirus-procuraduria-abrio-10-procesos-por-sobrecostos-o-irregularidades/662544